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jueves, 25 de octubre de 2018

Volver al centro

Por 
José Javier León
¿De cuántas mudanzas ha sido testigo La Chinita? De muchas, seguramente, pero en todas hay una clave, una persistencia: el pueblo. Un pueblo invisible, oculto por costras de abandono y desidia pero también el que, como la aparición de la Tablita, reaparece como revelación, como milagro.

La Virgen China nació rodeada por un pueblo humilde, el saladillero del barrio que se remonta a los orígenes indígenas y coloniales. Maracaibo, la asaltada por los piratas, tuvo que nacer varias veces, varias veces tuvo que ser fundada a las orillas de un lago revelador.

Fue un villorrio lacustre que atesoró minas de sal, muy requeridas en siglos pasados. Que creció nutriéndose de un agitado puerto que unió a Venezuela y la riqueza agrícola y pecuaria de los pueblos del sur y los Andes, con el Caribe, las Antillas y el Mundo: allí nació Maracaibo. Ciudad abierta, gentil, dicharachera. Calurosa y acogedora. Bañada por un sol picante amigo de la brisa fresca en la sombra.


Ese Maracaibo, voz de pueblo, persistió en su ser. La historia cuenta que fue asolada por legendarios piratas y en la memoria de su pueblo está como grabado en su genética el renacer de las cenizas.

Los piratas de todas las horas han hurgado en sus riquezas, pero la verdadera sigue aquí, amasada por el lago y el barro, el bahareque, la enea y la palma con que se levantó la ciudad primera, la que se extendió y creció acogiendo a muchos venidos de todas partes, pero que mantuvo pese a todo su unidad profunda.

Hoy Maracaibo vuelve a su Centro, después de décadas de extravío. Nosotros somos de una generación que creció entre consejas de expertos urbanistas modernos que nos dijeron que las ciudades habían perdido su centro y que si ésta había crecido desparramada y sin ton ni son, se debía a esta pérdida esencial. Pero no se nos dijo de verdad ni la verdad: lo mucho que se perdió cuando borraron a golpe de piqueta el barrio El Saladillo y El Empedrao. Cuando intentaron borrar el centro a juro, pretendiendo borrar al pueblo. Cuando ofrendaron al dios progreso el destierro de los más humildes.
Pero Maracaibo y su gente milagrosamente persistió, la gaita y la China ayudaron a mantener la unidad en torno a la memoria de lo ido. Luego esa nostalgia la intentaron poblar con nuevos ruidos y otras fachadas, tapándonos la cara con trapos, latas y quincallería barata. El pueblo seguía yendo al centro pero éste nos estaba estaba siendo despojado. Lo de antes se desdibujaba entre nuevos intereses, extraños, agresivos, hostiles. La ciudad memoria se nos fue haciendo extraña. Y entonces empezamos a deambular por una ciudad desconocida, impropia. Nos estaban despoblando por dentro y desde adentro.
Hoy acontece un milagro y la "tablita" es la cara lacustre y caribe en la que nuestro rostro se refleja. Lo que se nos dijo por años que no existía, el Centro, hoy reaparece. Es un clamor y un fervor popular lo que apenas ayer creíamos no existía. Y no es sólo nostalgia que se hace presencia sino trabajo mancomunado, que ha aunado voluntades y estrechado a los que aman esta ciudad por encima de todas las diferencias. 
 
Maracaibo renace, y lo hace desde el centro. Desde aquí ha de irradiar paz y prosperidad. Ganar el centro es ganar seguridad y templanza. Sólo así la noche no albergará miedos y acechanzas sino el canto amoroso de la luna maracaibera, la de Armando Molero y Rafael Rincón González, anunciándonos el nacimiento del día. 
 
Se puede afrontar la vida si se tiene un centro, y en el centro, un corazón. Hoy podemos estar seguros de que la Chinita es nuevamente testigo de nuestro renacer: ofrendemos a la Virgen nuestro mejor rostro, limpio y despejado, abierto como siempre ha debido estar a la brisa del Lago y al Sol de todos los futuros posibles.

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