La columna de José Javier León
Columna de opinión para el periódico digital MIRANDA del PFG Comunicación Social de la UBV-Zulia
viernes, 2 de noviembre de 2018
Apuntes de clase. Epistemología de la comunicación. Verdad y poder
Martes 30 de octubre. Sede UBV Zulia
En la clase de Epistemología de la comunicación de este martes 30 de octubre trabajamos la relación entre Verdad y Poder. Una secuencia más o menos lógica de la clase puede ser la siguiente.
Cuando leemos una noticia (si tomamos como ejemplo ese acto intelectivo moderno, independientemente de la extensión o la calidad discursiva de la misma, del formato o la plataforma) ocurre indefectiblemente un acto interpretativo.
Esa interpretación se ajustará a una forma de la realidad, que podemos comprender y asimilar, y por tanto reconocer y hacer parte de nuestra concepción del mundo. De alguna manera se puede decir que, si leo/interpreto/asimilo determinada noticia, es porque ha sido elaborada para mi, esto es para mi grado de percepción, no en tanto yo individual sino como usuario o receptor adecuado, preformado.
Eso me acerca a una evidencia más o menos solapada: toda “noticia” es un producto compuesto básicamente de imágenes y textos que han sido elaborados/diseñados/programados en una suerte de industria de la información.
Esa industria hoy, por cierto, está completamente entregada a procesos de digitalización que re-crean realidades que pueden o no referir cosas o eventos de la realidad, y que más bien en muchos casos la suplantan o fabrican. Pues, no se trata sólo de mentir, sino de la fabricación de realidades plausibles, que pasan por (ser) la realidad e incluso pueden convertirse en ella o derivar en ella. (Aquí hablamos de la construcción de una Plaza Verde en Qatar que sirvió para introducir en el circuito comunicacional de Occidente la especie de que Gadafi había bombardeado a su propio pueblo, una mentira que detonó la intervención de la Otán y que la cámara de Telesur, desde la porpia y real Plaza Verde no logró desactivar. El pueblo libio y su líder fueron víctimas de una mentira mediática, tal como lo fue el pueblo venezolano y el mundo en el año 2002, aquel 11 de abril, cuando el golpe de Estado contra Chávez; sólo que aquí, milagrosamente, en una alianza inédita entre el pueblo consciente y movilizado y los militares patriotas, dieron al traste con la mentira, salvando al Presidente, desactivando la incipiente dictadura empresarial apoyada por EEUU y restituyendo el hilo democrático).
Lo decisivo de la noticia como producto es acaso que estamos ante una mercancía. Como tal, queda sometida a los juegos perversos de la oferta y la demanda, a las fuerzas del mercado y a los intereses económicos y en definitiva políticos, de los dueños y propietarios de medios, que terminan siendo los dueños y propietarios de las fuentes de riqueza de los países a merced o en manos del capital privado.
Evidentemente, no podemos hablar aquí de que la noticia refiere la realidad, sino de un producto o mercancía que se hace pública a través de los medios para que determinados usuarios interpreten una realidad que se adapta a los intereses del capital.
Se trata pues, de una realidad fabricada a la medida de los intereses privados y que, por supuesto, nada tiene que ver con la realidad digamos real y, mucho menos, con la verdad. Resulta obvio que no podemos hablar en ningún caso de una verdad objetiva, pues esta siempre atenderá a intereses e interpretaciones.
Por otro lado, salta también a la vista que la realidad (referida por la noticia) es una construcción técnica dependiente de la calidad de los recursos con que se cuente para su reproducción. Aquí discutimos que, estar en un sitio donde ocurre un hecho “noticioso”, necesariamente no nos garantiza tener una noción exacta y completa de lo ocurrido. Máxime si, por ejemplo, reina la confusión. Regularmente, en eventos de este tipo, nuestra percepción es asaltada por los nervios, y estaremos más dispuestos a no sufrir ningún daño que a tener una visión completa y compleja de lo que está aconteciendo. Vale esto también para los momentos históricos… Vivir en un momento determinado, no nos convierte sine qua non en testigos de excepción. No basta vivir el momento, sino tener la capacidad técnica y la capacidad intelectual para abstraer-nos y alejarnos a una distancia crítica y lúcida que nos permita incluso vernos a nosotros mismos en (el) contexto. Esto, sin duda, no es nada fácil.
Consideramos entonces que la verdad es una construcción técnica, pero para que se ajuste a la realidad real, necesitamos participar en la construcción social de dicha verdad. Nos ayudan los elementos técnicos, vale decir, una buena imagen o un repertorio de imágenes, buenos textos, sensibles, objetivos, sinceros, elaborados desde distintas y diversas perspectivas, como necesitamos también que seamos capaces de leer e interpretar, de ver entre líneas, de abstraer y mirar el conjunto y los detalles, de manera apasionada pero también desapasionada, en un difícil equilibrio que le va dando forma al criterio.
La verdad pues, pasa por la construcción técnica y socio-cultural de la realidad (del mundo -en- que vivimos)
Los medios privados hegemónicos nos quieren convencer de que sus realidades técnicas interesadas son la (única) verdad.
Necesitamos al contrario, crear y alimentar medios públicos, medios de todos y para todos, que nos permitan acercarnos a la realidad con las mejores técnicas pero también con inteligencia y sensibilidad, y construir en conjunto y en común, una interpretación ética de la realidad: es decir, una verdad no sólo real sino que albergue, respete y proteja la vida. He allí nuestro límite y horizonte.
jueves, 25 de octubre de 2018
Volver al centro
Por
José Javier León
¿De cuántas mudanzas ha sido testigo La Chinita?
De muchas, seguramente, pero en todas hay una clave, una
persistencia: el pueblo. Un pueblo invisible, oculto por costras de
abandono y desidia pero también el que, como la aparición de la
Tablita, reaparece como revelación, como milagro.
La Virgen China nació rodeada por un pueblo humilde, el saladillero del barrio que se remonta a los orígenes indígenas y coloniales. Maracaibo, la asaltada por los piratas, tuvo que nacer varias veces, varias veces tuvo que ser fundada a las orillas de un lago revelador.
Fue un villorrio lacustre que atesoró minas de sal, muy requeridas en siglos pasados. Que creció nutriéndose de un agitado puerto que unió a Venezuela y la riqueza agrícola y pecuaria de los pueblos del sur y los Andes, con el Caribe, las Antillas y el Mundo: allí nació Maracaibo. Ciudad abierta, gentil, dicharachera. Calurosa y acogedora. Bañada por un sol picante amigo de la brisa fresca en la sombra.
Ese Maracaibo, voz de pueblo, persistió en su ser. La historia cuenta que fue asolada por legendarios piratas y en la memoria de su pueblo está como grabado en su genética el renacer de las cenizas.
Los piratas de todas las horas han hurgado en sus riquezas, pero la verdadera sigue aquí, amasada por el lago y el barro, el bahareque, la enea y la palma con que se levantó la ciudad primera, la que se extendió y creció acogiendo a muchos venidos de todas partes, pero que mantuvo pese a todo su unidad profunda.
La Virgen China nació rodeada por un pueblo humilde, el saladillero del barrio que se remonta a los orígenes indígenas y coloniales. Maracaibo, la asaltada por los piratas, tuvo que nacer varias veces, varias veces tuvo que ser fundada a las orillas de un lago revelador.
Fue un villorrio lacustre que atesoró minas de sal, muy requeridas en siglos pasados. Que creció nutriéndose de un agitado puerto que unió a Venezuela y la riqueza agrícola y pecuaria de los pueblos del sur y los Andes, con el Caribe, las Antillas y el Mundo: allí nació Maracaibo. Ciudad abierta, gentil, dicharachera. Calurosa y acogedora. Bañada por un sol picante amigo de la brisa fresca en la sombra.
Ese Maracaibo, voz de pueblo, persistió en su ser. La historia cuenta que fue asolada por legendarios piratas y en la memoria de su pueblo está como grabado en su genética el renacer de las cenizas.
Los piratas de todas las horas han hurgado en sus riquezas, pero la verdadera sigue aquí, amasada por el lago y el barro, el bahareque, la enea y la palma con que se levantó la ciudad primera, la que se extendió y creció acogiendo a muchos venidos de todas partes, pero que mantuvo pese a todo su unidad profunda.
Hoy
Maracaibo vuelve a su Centro, después de décadas de extravío.
Nosotros somos de una generación que creció entre consejas de
expertos urbanistas modernos que nos dijeron que las ciudades habían
perdido su centro y que si ésta había crecido desparramada y sin
ton ni son, se debía a esta pérdida esencial. Pero no se nos dijo
de verdad ni la verdad: lo mucho que se perdió cuando borraron a
golpe de piqueta el barrio El Saladillo y El Empedrao. Cuando
intentaron borrar el centro a juro, pretendiendo borrar al pueblo.
Cuando ofrendaron al dios progreso el destierro de los más humildes.
Pero Maracaibo y su gente
milagrosamente persistió, la gaita y la China ayudaron a mantener la
unidad en torno a la memoria de lo ido. Luego esa nostalgia la
intentaron poblar con nuevos ruidos y otras fachadas, tapándonos la
cara con trapos, latas y quincallería barata. El pueblo seguía
yendo al centro pero éste nos estaba estaba siendo despojado. Lo de
antes se desdibujaba entre nuevos intereses, extraños, agresivos,
hostiles. La ciudad memoria se nos fue haciendo extraña. Y entonces
empezamos a deambular por una ciudad desconocida, impropia. Nos
estaban despoblando por dentro y desde adentro.
Hoy acontece un
milagro y la "tablita" es la cara lacustre
y caribe en la que nuestro rostro se refleja. Lo que se nos dijo por
años que no existía, el Centro, hoy reaparece. Es un clamor y un
fervor popular lo que apenas ayer creíamos no existía. Y no es sólo
nostalgia que se hace presencia sino trabajo mancomunado, que ha aunado
voluntades y estrechado a los que aman esta ciudad por encima
de todas las diferencias.
Maracaibo renace, y lo hace
desde el centro. Desde aquí ha de irradiar paz y prosperidad. Ganar el
centro es ganar seguridad y templanza. Sólo así la noche no
albergará miedos y acechanzas sino el canto amoroso de la luna
maracaibera, la de Armando Molero y Rafael Rincón González,
anunciándonos el nacimiento del día.
Se puede afrontar la vida si se tiene
un centro, y en el centro, un corazón. Hoy podemos estar seguros de
que la Chinita es nuevamente testigo de nuestro renacer: ofrendemos a
la Virgen nuestro mejor rostro, limpio y despejado, abierto como
siempre ha debido estar a la brisa del Lago y al Sol de todos los
futuros posibles.
martes, 2 de octubre de 2018
El trabajo colaborativo, mitos y realidades
José
Javier León
Maracaibo,
República Bolivariana de Venezuela
IBERCIENCIA.
Comunidad de Educadores para la Cultura Científica
Publicado en IBERDIVULGA
Cierta
vez un amigo me contó que un grupo de estudiantes indígenas de
Chiapas tuvo una ocurrencia: quería que le practicaran un “examen”
como sabían que ocurría en las escuelas de blancos y criollos. El
maestro accedió y llevó un cuestionario. El grupo recibió las
preguntas y comenzó a responder, pero en grupo. El docente los
interrumpió y les dijo que así no era, que debían hacerlo por
separado porque esas respuestas miden el conocimiento de cada uno.
Los indígenas se miraron extrañados y comenzaron a reír. El
maestro preguntó por qué, a lo que respondieron no haber escuchado
nada más tonto pues todo el mundo sabe que un problema sólo se
puede resolver entre todos.
Esta
anécdota iluminó mi concepción de la docencia. De alguna manera me
convenció de que era absurdo evaluar el conocimiento individual
siendo que como el lenguaje o la memoria, son productos colectivos y
por lo tanto, sociales.
Sin
embargo, sabemos que con el nacimiento en Europa del individuo
moderno se extendió y universalizó la idea de que el conocimiento
podía concentrarse en un sujeto. El estudio y la investigación se
personalizó en las figuras proteicas del sabio, el científico, el
inventor, hombres todos por lo demás, quienes pasaron a ser
prototipos de la modernidad y augures del dios progreso.
A
las escuelas llegó la división entre los (varones) que saben y los
otros que no (mujeres, niños y desprotegidos). El conocimiento y la
ciencia se encontraba almacenada en los libros y por supuesto, en los
que tenían acceso a ellos, la élite ilustrada. Por supuesto, la
evaluación sólo podía ser practicada por aquellos que estaban en
la cima del conocimiento, con los más altos cargos y honores.
El
examen equivalió por mucho tiempo a una prueba feroz en el que el
estudiante se enfrentaba a un tribunal inquisidor. Sin duda, el
conocimiento estaba asociado a la repetición y a la memorización,
pues sólo era aceptado lo que “ya se sabía” y lo que sólo
sabía dicha élite. No era este un buen escenario para que
apareciera lo nuevo, lo cual si pese a todo se asomaba, lo hacía
contra viento y marea y, en muchos casos, a costa de la propia vida.
Ya
no es (tan) así, pero la evaluación persiste en la forma de
corroboración de un conocimiento impartido (no compartido) por
docentes que, en definitiva, son los que saben. Como tales, desde esa
distancia e instancia de poder, enseñan a los niños y jóvenes
quienes, de alguna manera tendrán que demostrar -repitiendo- que sí
saben, que sí aprendieron.
Como
se ve, no es lo mismo... pero se le parece. No hay tal vez un
tribunal inquisidor, pero sí un baremo -supuestamente externo y
objetivo- que le permite al profesor o profesora, medir y determinar
si el joven aprueba, suspende, aplaza, pasa o no. Es lo que
conocemos, y por ahí hemos pasado todos.
De
ahí la importancia de un tema como el trabajo en equipo. Qué supone
y qué posibilidades ciertas existen para hacerlo posible. Todas las
realidades y los contextos son diferentes, pero hay cosas en común.
Eso
lo podemos constatar revisando las muchas publicaciones de
IBERDIVULGA1
que lo tienen como tema. Yo mismo he publicado trabajos al respecto2,
pero me he topado con uno que, me parece, resume y expande las
nociones sobre el tópico. Me refiero al artículo “¿Puede
el trabajo colaborativo docente resolver problemas de Educación en
Ciencias?” de Mónica Gerena, de Argentina3.
Antes
de citar algunos pasajes interesantes debo advertir algo que subyace:
las relaciones de poder. En efecto, no podemos olvidar que detrás de
todo acto docente hay una representación de actores que han
desplegado diversas intensidades en cuanto a las modalidades del
poder se refiere. El maestro, por ejemplo, domina la clase y, el
estudiante, hagamos los esfuerzos que hagamos, está en situación
subordinada y, si se quiere, a la espera de instrucciones. La
horizontalidad no nacerá de abajo hacia arriba; cuando ocurre, es
porque el maestro ha tomado esa decisión y la institución lo
acompaña o no. En otras palabras, cuando sucede es porque el poder
institucionalizado ha decidido ceder parte de su antiguo poder para
generar relaciones horizontales pues maneja la hipótesis de que
tales relaciones se traducen en mejores resultados.
Debe
tomarse en cuenta que una plaza o una cátedra se ha ganado con
méritos y quien la ha obtenido es un maestro o maestra que bien
puede no tener la disposición de cuestionar o poner en duda sus
criterios sobre la materia. Está en su derecho, digamos, porque la
formación recibida ha recaído de manera vertical y unidireccional
en su persona. Como todos sabemos, ese es el modelo impuesto. Así
pues, el trabajo colaborativo en docencia debe ir contra esta
práctica naturalizada que instituye el desequilibrio y abre paso a
la competencia y por ende a la desigualdad.
Por
eso cuando Mónica Gerena afirma que “El primer escalón del
trabajo colaborativo ocurre al articular las decisiones en relación
a los contenidos curriculares, de manera horizontal y vertical”,
ello se da cuando los maestros han decidido hacer a un lado sus
respectivos estatutos de poder para diluirlo en el debate y los
acuerdos.
El
proceso conduce a la implosión de una unidad nada ingenua ni
gratuita: el salón de clases o aula. El celo por lo que ocurre
adentro hace parte del imaginario docente, el cual llegó a
cristalizar en la expresión de tinte medieval: “autonomía de
cátedra”. En una escuela o liceo puede que no tenga el mismo peso
que en la Universidad, pero todos los docentes conocemos el apremio
que causa la inspección, la presencia de un otro censor dentro del
salón.
Por
eso, cuando Mónica alude a la unión de dos o más docentes en
actividades áulicas o extra áulicas debe ocurrir antes la
superación del celo autonómico que late en el maestro o la maestra
y que es un signo de poder que puede no estar siempre dispuesto a
ceder o delegar.
El
docente debe sentir (la seguridad de) que “sabe” de lo que habla
y por lo tanto, que puede transferirlo, comunicarlo, enseñarlo. Esa
seguridad se experimenta especialmente en la soledad e intimidad de
su persona. Cuando comparte con los colegas su saber regularmente es
en escenarios donde se confrontan posiciones. Sin embargo, no es eso
lo que plantea el trabajo colaborativo. Aquí se necesita que lo que
cada quien sabe sea puesto en común, de alguna manera sea homologado
y re-conocido por los otros integrantes organizados en equipo, e
incluso puede llegar a ocurrir que de entre los mismos estudiantes
haya quien o quienes dominen parte del proceso mejor que los docentes
evidenciando con los hechos que el conocimiento en cuestión y
construcción ya no es (sólo) enseñado sino compartido.
Mejor
lo dice y explica Mónica. Cuando se organizan “verdaderos equipos
de trabajo”:
...se
desdibuja completamente el trabajo individual docente y los límites
disciplinares se desdibujan, ya que se coopera en una propuesta
educativa común. Ésta, puede afectar a dos o más docentes de un
mismo grupo de alumnos o docentes de diferentes grupos de alumnos de
la institución, pero también, puede superar los límites propios, e
involucrar a otras escuelas. Es el único nivel que puede asegurar
innovaciones genuinas en el campo educativo, porque su desarrollo
afecta tanto la dimensión organizacional como la pedagógica. Esto
ocurre porque implican cambios sustanciales en las modalidades de la
enseñanza tradicional, lo que requiere realizar modificaciones en la
estructura escolar. Por esto, también son más difíciles de llevar
a cabo, exigen romper con muchas barreras impuestas desde lo
organizacional y desde lo pedagógico.
Todo
ello borra las fronteras o los límites de las materias, de los
conocimientos, de las disciplinas, pero también de los roles. Una
forma de democracia va minando los corazones endurecidos permitiendo
que afloren expresiones inéditas, ahora sí, verdaderamente
nuevas.
Resulta
más o menos obvio que sólo nace lo desconocido cuando se hace lo
que no se había hecho antes. Lo cual supone superar la memorización
y la repetición, y asumir con alegría y determinación el riesgo y
la aventura.
2“El
tiempo y el trabajo en equipo”
https://www.oei.es/historico/divulgacioncientifica/?El-tiempo-y-el-trabajo-en-equipo
y “Trabajo en equipo y biodiversidad”
https://www.oei.es/historico/divulgacioncientifica/?Trabajo-en-equipo-y-biodiversidad
3Publicado
el 17 de agosto de 2018, en
https://www.oei.es/historico/divulgacioncientifica/?Puede-el-trabajo-colaborativo-docente-resolver-problemas-de-Educacion-en
sábado, 8 de septiembre de 2018
Fundación no, invasión
Cuartetas
sobre la infundada fundación de Maracaibo
un 08 de
septiembre de 1529 por el invasor Ambrosio Alfínger
según la versada versión
de Yldefonso Finol
José Javier León
05 de setiembre de 2018
Vivía el añú en la ribera
desde siempre y desde antes
que de España se trajera
el hambre de oro, punzante
Pagar dispuso España
dando derecho a saquear
Alfínger puso la guadaña
caballo arcabuz y crueldad
Dos veces pasó el alemán
repartiendo sangre y terror
gritos y ladridos se oirán
la Historia dirá: Fundación
Con la letra, el olvido
y las ganas de borrar
el pasado del vencido
y el del vencedor honrar
Meses duró, unos trece
en una y otra expedición
fundó Ambrosio la muerte
pero una
flecha lo venció
Llega hoy aquella flecha
para vencer el resabio
quede atrás la infausta fecha
y renazca, Maracaibo
lunes, 27 de agosto de 2018
El odio abona a la guerra económica
José Javier León
Seguro han escuchado aquello de que “al enemigo ni agua”, pues
bien, los ricos, la oligarquía, los poderes de facto a través de
sus instrumentos y operadores anti-políticos, empresarios y
comerciantes, se han complotado para decir de consuno “a los
chavistas ni agua” y cuando dicen chavistas dicen pueblo, dicen
gobierno. Porque eso desde ya es una señal de que saben, más que
muchos “críticos”, que este es un gobierno popular y que si
joden al pueblo, joden al gobierno.
La fórmula no es que les haya dado mucho rédito político-electoral,
pero tanto va el agua al cántaro que al fin se rompe y se romperá,
sacan sus cuentas, como sea. Sea por la vía de un desastre desde
natural hasta social, que desate la ansiada pelea de perros, el mejor
escenario para que los gringos a través de sus mercenarios propios y
locales, des-gobiernen, como lo hacen en los países donde han
logrado instalar el estercolero que ellos llaman “democracia”.
Aquí han adelantado mucho, si vemos que ya no existe oposición. No
es para alegrarse porque significa que no tiene el gobierno un
interlocutor político sino que tiene que vérselas con una suerte de
enjambre descoordinado, informe e inatrapable difuminado en
innumerables f-actores que acordaron siguiendo las pautas de un
liberalismo gamberro a envenenar y pervertir el orden social,
abonando a la minuciosa desintegración de la sociedad. No tener
oposición ha hecho por ejemplo, que el gobierno se reúna con casi
cualquier opositor otorgándole un rango y una beligerancia
caricaturesca, como cuando se reunió con el evangélico muy conocido
en su casa.
Mientras esto sucede, en innumerables circuitos y redes virtuales y
sociales, células terroristas durmientes unas y despiertas otras
planifican y acometen atentados contra campesinos, líderes,
instituciones, instalaciones, procesos. Se trata de una guerra
multimodal y multifactorial. Ya se ha dicho y no es poco.
Debo agregar que el odio trasmitido e inoculado a través de los
medios es un ingrediente fundamental en la guerra económica pues de
alguna manera retorcida pero manera al fin, comunica al comerciante
(profundamente alienado por la ideología de la acumulación de
capital) último eslabón en la cadena pero que toca y afecta a
absolutamente toda la
población, grande o
pequeño, que no debe bajo ninguna circunstancia venderle por las
buenas nada al pueblo tenga o no tenga con qué comprar. Bueno, si no
tiene, mejor.
La idea básica es que los bienes sean inaccesibles para el grueso de
la población, esa que votó primero por el zambo Chávez y ahora por
el autobusero. La idea es que esa población que, por millones, apoya
y ha apoyado electoralmente al gobierno, no pueda vivir. Que su
trabajo no le permita adquirir los bienes y que ni sobre-explotándose
trabajando en lo que sea y como sea, le alcance. Que su mejor opción
sea incluso no trabajar y que la del salir del país, como ya se está
viendo -a través de los mismos medios que promueven la estampida- le
resulte cuesta arriba y arriesgada, porque afuera lo que conseguirán
es la xenofobia que juega garrote, odio fomentado por los medios que
dicen una y otra vez que Venezuela no vale medio y por ende sus
naturales tampoco.
En fin, que mientras el chavismo siga en el poder será una cárcel
el país y una tumba el mundo.
¿Cómo logramos desactivar el odio? Creando mecanismos transparentes
de acceso a los bienes y servicios. Debe saberse, aunque los
venezolanos lo sabemos a la saciedad, que por ahí comenzó todo: por
ocluir el acceso a los productos. Primero con colas de bachaqueros
apostados día y noche en las puertas de los negocios -situación que
duró largos y terribles años- hasta que la híper-inflación
inducida convirtió la mortadela mantecosa en articulo de lujo. Y en
cuanto a los servicios, ya sabemos cómo están las comunicaciones,
la electricidad, el agua y el gas. En muchos casos, interrumpidos con
desesperante frecuencia, cortados definitivamente o casi, boicoteados
o reducidos en su calidad hasta niveles ínfimos. La idea central con
esta operación de desmantelamiento es introducir en la mente del
venezolano que “privado es mejor”.
De modo que, acceder a los bienes y servicios resulta esencial. Y,
fundamental y estratégico, hacerlo de manera transparente. Considero
además que por la vía de la educación y la formación ciudadana no
será posible crear una cultura o forma de ser anti-capitalista al
menos en los plazos de la urgencia que la cosa amerita, digo antes
del estallido que los chavistas -y en general el modo de ser del
venezolano- está evitando y conteniendo desde hace rato.
El Bolívar ilustrado pensaba que las leyes debían corregir la
desigualdad aunque sabía como nosotros que los ricos con las leyes
hacen lo que les place. Limpiarse, por ejemplo, y no los mocos. Leyes
y gacetas se han atrevido a romper frente a las cámaras con total
impunidad y cuando pudieron, borraron de un plumazo una Constitución.
Creo pues, que buena parte de nuestra salvación pasa por la
tecnología. Necesitamos un sistema de precios controlado de manera
electrónica, impermeable al odio, al desprecio, al racismo. Que los
bienes vengan marcados -de fábrica y muchos apenas desciendan del
barco- por un código de barras y que la transacción sea
exclusivamente electrónica. Ya lo dijo Luis Britto García:
“... es indispensable activar una propuesta como la del ingeniero Rafic Derjani Bayeh, en el sentido de instaurar un sistema digital universal, centralizado y transparente de administración de costos y precios, que permita tanto a las empresas como a la administración y al público determinar, en tiempo real, los activos invertidos y los beneficios obtenidos en cada transacción económica”.
Mientras eso llega, con la tecnología QR por cierto se están dando
pasos importantes, debemos tener conciencia de que lo que está en el
fondo del asunto es racismo mondo y lirondo. Si no lo entendemos,
podemos caer víctimas de las guerras de odio como la de los hutus y
tutsis en Ruanda. No se crea que no lo han intentado y el pueblo
venezolano ha sabido evitar en la raya ese baño de sangre.
Recordemos las repetidas guarimbas y la milagrosa elección por la
Constituyente. Mas nunca se sabe cuándo se pueden reavivar esos
demonios. A veces basta una simple llamita y un viento a favor para
que prenda el candelero.
Los comerciantes, escondiendo los productos que el pueblo ya puede
comprar, están jugando con fuego. No cabe duda. Hace falta sí, un
Estado fuerte pero no hay leyes ni controles que valgan cuando el
racismo se envalentona, y a la hora del pandemonio la irracionalidad
del comerciante promoverá e incentivará irresponsablemente el peor
de los escenarios. Por eso pacta a la hora de la chiquita con los
sectores más corrompidos de la sociedad e incluso corroe con
prebendas y regalías a las fuerzas del otro-orden. No les
importa nada -ni a unos ni a otros- con tal de preservar sus
privilegios, la
integridad del capital y el
poder que da, que sienten que
tienen.
Los ricos necesitan exhibir su riqueza y contrastarla para sentirse
grandes y poderosos. Allá ellos y sus complejos. No es que los ricos
sean malos en sí mismos, sino que la riqueza es una hipertrofia
social que se sostiene sobre el racismo y escamotea la violencia de
la desigualdad. Las mercancías -y en una sociedad enferma de
capitalismo todo se vuelve mercancía- se definen por la
inaccesibilidad con respecto a los trabajadores (que las producen).
Si cualquiera puede adquirir un bien, el valor (social) y su precio
tienden a cero, es decir, al des-precio. ¿Por cierto, el desprecio
que sienten por el Estado y sus instituciones no viene también de
que estiman que (un) cualquiera
es Presidente? Los
ricos deben reproducir la sociedad que resguarde sus privilegios
fabricando exclusión. La apuesta de la revolución consiste en
conquistar la igualdad y ello se logra, entre otras muchas cosas pero
sobre todo, desmercantilizando.
Quitémosle a los ricos la potestad de ponerle a las cosas precio, y
sometamos el sistema a un control electrónico -racional, matemático,
objetivo, algorítmico- que marque las mercancías desde la
producción hasta la distribución y venta. Que se establezcan con
claridad y transparencia, los costes.
¿Complicado? Puede ser, pero de verdad verdad, no nos queda (de)
otra.
sábado, 25 de agosto de 2018
El problema es el racismo
José Javier León - UBV
joseleon1971@gmail.com
Contra los blancos peninsulares, mantuanos y su ilustrísima descendencia han ido desde siempre los indios y
negros, los zambos y mulatos, liderados por Boves, por Páez y
Bolívar; luego por Zamora. La pelea ha sido a muerte. Devastadora
fue la guerra de Independencia y tras la Guerra Federal quedó
Venezuela convertida en un erial.
Cuando el pueblo venció a los ejércitos de los oligarcas con Zamora a la cabeza y una
nación democratizada nacía para rescatar el sueño de Bolívar,
apareció el tiro traidor y la república se volvió a reacomodar en
las manos de los poderosos de siempre; vencidos sus ejércitos en los
campos de batalla, crecieron como hongos en los escritorios y
oficinas de la cipaya y lacaya "república" con su decimonónica y cuasi eternizada burocracia.
Se trata de una historia demasiado conocida, pero vale la pena
resaltar lo siguiente: el pueblo, rebelde y arisco, se ha enfrentado
una y otra vez a una oligarquía clasista y racista, que básicamente
no tolera que el pueblo coma y se vista lo que al parecer, por
derecho divino, sólo ellos tienen derecho a comer y vestir. La idea
básica es que debe expresarse la dominación estableciendo abismos.
Ustedes allá, nosotros aquí. Ustedes, afuera. Nosotros, adentro.
Porque para que el dinero valga, debe comprar lo que sólo la clase
alta puede comprar. Si el dinero se usa como un instrumento
democratizador para que todos y cualquiera compre lo que necesite, el
dinero -desde la lógica racista de los ricos- deja de valer. Por eso,
hay que robarlo, esconderlo, traficarlo, envilecerlo hasta lograr
que no valga ni medio y se nos restriegue su falta de valor en forma
de cintillos, carteras artesanales y desprecio.
Por otro lado, la racialización del espacio se dio en el diseño de las
ciudades con sus centros y periferias, replicándose en todas las
escalas. De alguna manera por eso Caracas está en una suerte de zona
externa y exclusiva, pues todo lo demás es el “interior” del
país. Y cuando Caracas se comenzó a democratizar por el crecimiento
interior de la Misión Vivienda, cuando otra Caracas creció desde
adentro, los ricos verbalizaron un nuevo punto cardinal que los
encapsulara como en otra dimensión: el Este del Este. O sea, bien
lejos del perraje.
Lo mismo pasó con la educación y el acceso a la cultura. Valen los
títulos y las universidades si hay exclusión. Igualmente, vale la
cultura, si crea distinción y un lenguaje y códigos para entendidos
e iniciados.
Insisto en que esto es demasiado trillado, pero si se usa para
entender el porqué de los “precios” y la especulación muchas
cosas se aclaran. Se ha dicho que no hay razones económicas para los
incrementos, pero si pensamos en la “lógica” racista de que el
pobre no puede comer el mismo corte de carne que el rico come, la cosa se
aclara. Si el gobierno crea las condiciones para que el pobre acceda
a la proteína, entonces no le queda de otra al rico, al propietario, que esconderla hasta que
los controles se relajen y pueda otra vez -sin pobres en la costa- exhibirla en las vidrieras
de los minimarket como si se tratara de un artículo de lujo,
digno sólo de y para potentados.
A ello se suma que el pueblo viene cometiendo el error político de
votar por la izquierda, por un plan de gobierno que busca
favorecerlo, es decir, que promueva que pueda acceder a la proteína
animal y vegetal, al huevo, al pescado, a los granos, a la carne y a
la leche. A la educación, a la cultura, a la salud. A los bienes culturales, a la memoria y a la historia. Ese error
entonces, debe pagarlo caro.
Buscó entonces el poder de facto que gobierna la producción, la
distribución y la venta, a través de mecanismos mafiosos,
distorsionar el sistema de modo que el pobre ni soñara comer y
vestirse dignamente, fabricando e imponiendo una economía
basada en un dólar ficticio, que -sobre la base cultural del racismo histórico- provocó una
división abismal -la distancia y categoría- que alejó a los pobres
de sus reservados y exclusivos espacios físicos y subjetivos de confort.
¿Qué querían? Que el pueblo le diera la espalda al gobierno, que
lo abandonara en las elecciones y le abriera paso a la derecha.
Ocurrió en 2015 cuando las elecciones de la AN, pero nos repusimos
y tras la violencia de la guarimba y la recomposición casi milagrosa
de nuestras fuerzas, logramos una fila de victorias que
concluyeron con la presidencial del 20 de mayo, por lo que la cosa -al menos por
la vía electoral y la que menos les interesa, la verdad- se les
aleja por seis años más. Por eso, el magnicidio. La amenaza de
invasión. La invocación de un desastre que descalabre al gobierno y
al Estado y se abra la puerta franca para la “Ayuda Humanitaria”
made in Usa que ya sabemos lo que significa.
Como una respuesta a esta lógica irracional del racismo, el odio y la
exclusión, a Nicolás y a su equipo se le ocurrió diseñar una
economía paralela, nuestra. Algo así como bypassear
la economía como ya se hizo con bastante éxito con las misiones,
cuando muchas lograron colársele por los palos
al Estado imprimiéndole una ligereza inédita a un mastodonte lento y obtuso.
Se trata pues,
de crear un
sistema económico nuevo, alterno, flexible, basado-fundado
en nuestras riquezas, las que tanto añora el Imperio. Respaldado en petróleo y oro, pero también por China y Rusia...
La apuesta histórica es a crear un
sistema que blinde nuestra economía del racismo que se retuerce
como una hidra en
la instrumentación
de los precios
de guerra
que buscan de manera
demencial seguir aislando y
excluyendo
al pobre,
al obrero, al trabajador, al
que habían logrado por manadas expulsar
del país o reducir a la
esclavitud, generando una
sociedad no sólo dividida sino fracturada, fraccionada, pauperizada, en la que unos,
los privilegiados, vivieran
a cuerpo de rey, mientras
otros, literalmente, quedaran condenados a una muerte lenta, sin alimentos ni medicinas.
Llegó
el Petro, una nueva lógica y el pueblo, gaceta mediante y empoderado,
está dispuesto a salir a la calle a defender el salario petrolizado.
En este debate nos encontramos, y la
pelea es cuerpo a cuerpo, palmo a palmo de un territorio que es físico,
virtual pero sobre todo simbólico.
viernes, 17 de agosto de 2018
Revolución que no vemos
José Javier León
La oposición a través de sus
medios, nacionales e internacionales, las redes y demás medios de
difusión y difuminación de sus especies sicológico-terroristas,
especializadas en escándalos de variados decibeles y bemoles, nos
quiere convencer y a más de uno han convencido, de los chavistas
digo, que no estamos en revolución. Ha sido más o menos fácil
lograr esta suerte de vacío y angustia porque han entremezclado
palabras y sentidos que no deben estar juntos a menos que se aspire a
un estado de prístina pureza que la verdad no existe ni en el
empíreo.
Para
decirlo fácil y en tres platos: Estado, gobierno y revolución no
son lo mismo. De Chávez se dijo y hasta él mismo entendió que era
un infiltrado, un militar -de academia y- revolucionario (primera
infiltración, pensándolo bien), proveniente del pueblo más humilde
y que, según su propio testimonio logró “colarse” en las
estructuras del aparato militar -para más tarde, literalmente
conspirar- y tras una rebelión militar que lo mostró al pueblo en
una sola pieza resquebrajó la “democracia de partidos”
adeco-copeyana. En elecciones y por la voluntad del pueblo hastiado
de neoliberalismo y pobreza extrema, ocupó raudo pero descollante
“la silla” que estaba reservada para los escogidos de las élites,
muñecos ventrílocuos de la burguesía y las trasnacionales.
Desde entonces, la pelea
cuerpo a cuerpo es entre los revolucionarios y revolucionarias contra
las formas enquistadas de gobernar que parecen trasudar de las mismas
paredes, escritorios, firmas, ventanillas, gavetas, sellos y horarios
de oficina, de la eterna y abotagada administración burguesa.
A
esa lentitud proverbial se opuso Chávez imponiendo por decretos un
estado alternativo erigido sobre las Misiones. Poco a poco, de tanto
bypassear al Estado las misiones devinieron parte del estado y en
muchos casos se contagiaron de aquella lentitud y contradicho su
dinámica y flexible naturaleza.
Algunos ministerios heredados
del anciano régimen vieron con pasmo y rubor como comenzaba a
desfilar sangre y prácticas nuevas por los amodorrados pasillos.
Otros, los nuevos, se contaminaron de las viejas formas y asumieron
como propios los formalismos. En otras palabras, en todos lados vemos
lo nuevo y lo viejo entrechocando, viéndose las caras, enfrentando o
transando.
Por
ejemplo, la universidad en la que trabajo, nacida sin duda al calor
de la revolución y que llamó a sus filas a quienes estaban
dispuestos a construir una educación liberadora, vino lastrada por
prácticas decadentes, heredadas de las universidades centenarias. En
los nuevos espacios (algunos viejos o recuperados), lo viejo y lo
nuevo se enfrentaban, paradigmas vetustos y recién nacidos se
enfrascaban en largas y arduas discusiones dignas de mejores
resultados. Pero en fin, era natural que tal cosa ocurriera pues la
carga del pasado se expresa en el presente y sólo un movimiento
revolucionario puede buscar desembarazarse de los restos, dejarlos
atrás y avanzar abriéndose paso en lo incógnito.
Lógicamente
no es fácil aceptar que se debe desaprender; sobre todo cuando somos
educados en la percepción elitesca y clasista de la meritocracia,
del conocimiento experto, de la aristocracia académica que prohija
el Índice Académico y otras formas pervertidas de los cuadros de
honor.
No obstante, pese a ese pasado
demasiado reciente, en la UBV hemos intentado hacer una revolución
educativa, trabajando en y desde las comunidades, construyendo
ciencia y tecnología pensando y pensada desde los territorios.
Tenemos además, en nuestras manos, privilegio que no pocas veces
pasa desapercibido, el poder de hacer revolución educativa, de
reconocer saberes, de hacer alianzas estratégicas, y de investigar
lo que en las universidades autónomas ni se imaginan, en campos
fértiles pero invisibles para sus esquemas y preceptivas. Nos
ocupamos así de realidades que de otra manera seguirían
silenciadas.
Hace
nada, por sólo citar un ejemplo, en uno de los proyectos que estamos
desarrollando logramos en un espacio alternativo perteneciente a una
emisora comunitaria, donde conviven los médicos de barrio adentro y
una parvada de niños de la Fundación Niño Simón, en un humilde
pero cálido salón nos reunimos para una clase titulada El Arte de
Entrevistar, dictada por un comunicador popular que hizo apasionado
acopio de su experiencia. Esa intervención suya, esa mañana, en ese
ambiente, es expresión sin lugar a dudas -para quien lo quiera y
pueda ver- de esa revolución invisible pero tenaz que se construye
todos los días. Y entiéndase que es sólo un ejemplo de incontables
que suceden a ojos vistas, que leemos y conocemos por diversas vías,
que nos dicen como agua -que va al cántaro del capitalismo hasta que
al fin se rompa-, que hay un hermoso país en movimiento, como
cantaba el poeta Valera Mora.
Y
ese país se mueve pese a todas las rémoras, heredadas y nuevas, que
cuando no vienen del pasado se incuban y medran en el presente.
Es
de ilusos creer que nos van a dejar tranquilos hacer una revolución,
como si el odio y el racismo pudiera de pronto dejar de existir. Y
pienso más, algo que debería ser bastante obvio: los obstáculos se
multiplicarán hasta la asfixia en la misma medida en que se
incrementa el grado de conciencia.
Si nosotros nos hemos
infiltrado en el viejo estado, el capitalismo a su vez lo está en el
sistema nervioso del gobierno revolucionario y por ende, del Estado.
No es descabellado pensar que la intensidad de los ataques es
inversamente proporcional a la fuerza de la revolución. Que la
corrupción moral hace parte del abono que renueva la tierra de la
patria naciente.
Si
el capitalismo ha infisionado al gobierno y al estado, como
naturalmente debe hacerlo para sobrevivir viviendo en los meandros de
la burocracia, los revolucionarios no podemos menos que entenderlo,
comprender empírica y científicamente su comportamiento y actuar en
consecuencia. Al capitalismo le toca hacer lo que le toca: matar,
pervertir, corromper; a nosotros, lo nuestro: amar la vida y crear
por encima de lo que sea, las condiciones para la supervivencia de la
especie humana y del ṕlaneta.
Como
siempre, se trata de decidir entre el socialismo o la barbarie.
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